Chile: del estallido social a la ultraderecha en seis años
Chile vive una transformación política vertiginosa. El país que hace apenas seis años se levantó con más de un millón de personas en las calles reclamando dignidad y justicia social, hoy se encuentra a las puertas de elegir a su primer presidente de ultraderecha desde el retorno a la democracia.
Esta realidad nos interpela profundamente sobre los caminos que toman nuestros pueblos latinoamericanos cuando las expectativas de cambio se ven frustradas y las élites tradicionales fallan en responder a las demandas populares.
El péndulo que se acelera hacia los extremos
José Antonio Kast lidera las encuestas de cara a la segunda vuelta, enfrentando a la comunista Jeannette Jara. En ella pesa no solo el estigma de su sello político, sino también el desencanto popular con la gestión de Gabriel Boric, quien fue ungido al calor del estallido pero no logró materializar las reformas esperadas.
La céntrica Plaza Italia, rebautizada "Plaza Dignidad" durante cinco meses de manifestaciones, hoy ve cómo las reivindicaciones sociales en paredes y monumentos ceden su lugar a excavadoras y obras. Es la metáfora perfecta de cómo Chile intenta pasar página de un momento histórico que prometía transformaciones profundas.
Las lecciones de un proceso constituyente fallido
"Claramente, el estallido envejeció mal", afirma el analista Giancarlo Visconti. Según su análisis, el problema no fue el movimiento social en sí, sino los procesos posteriores, especialmente la Convención Constituyente.
Claudia Heiss, investigadora de la Universidad de Chile, señala que ambos órganos constitucionales "tuvieron muchos outsiders" sin "una plataforma política general", evidenciando "la profunda crisis de mediación que tenemos en Chile".
Esta crisis de representación política es un fenómeno que resuena en toda América Latina, donde los partidos tradicionales han perdido conexión con las bases sociales y los movimientos populares buscan nuevas formas de expresión política.
Cuando el miedo reemplaza a la esperanza
El cambio más dramático ha sido el estado de ánimo social. Según el PNUD, 6 de cada 10 chilenos cree que la situación del país ha empeorado en los últimos cinco años. El optimismo del estallido se transformó en pesimismo, miedo e incertidumbre.
"El sentimiento de optimismo sobre la capacidad de cambio fue reemplazado por el temor, la angustia, el miedo", explica Heiss. Este cambio de clima emocional ha sido aprovechado hábilmente por la ultraderecha para posicionar sus agendas de "mano dura".
Las nuevas preocupaciones, la inseguridad, la migración y el estancamiento económico, han desplazado las demandas originales de dignidad, mejores pensiones y salud pública. Es un patrón que hemos visto en otros países de la región, donde las crisis sociales no resueltas abren espacios para propuestas autoritarias.
Kast y el discurso del "gobierno de emergencia"
José Antonio Kast ha construido su campaña sobre la idea de que Chile necesita un "gobierno de emergencia". Sus tres ejes, combatir la delincuencia, controlar la inmigración y recuperar la economía, resuenan en una población agobiada por problemas cotidianos no resueltos.
Lo más preocupante es su cercanía con la dictadura de Pinochet. Kast apoyó la continuidad del régimen militar en 1988 y ha visitado en prisión a condenados por crímenes de lesa humanidad. "Sería la primera vez desde el retorno a la democracia que se elige a alguien que apoyó la dictadura", advierte Visconti.
Su alineación con figuras como Bolsonaro, Milei y Giorgia Meloni lo inscribe en el eje ultraconservador global que amenaza los procesos democráticos en todo el mundo.
Las demandas siguen vivas
A pesar del panorama sombrío, el estudio del PNUD muestra que un 67% de los chilenos desea que "las cosas sean de otro modo". Las demandas del estallido no han desaparecido, solo han sido desplazadas por el miedo y la manipulación mediática.
"Hay una gran mayoría en Chile que considera que el Estado debería llegar más a las personas vulnerables, mejorar la educación, la salud, las pensiones", confirma Heiss. El desafío es cómo reconectar esas aspiraciones legítimas con proyectos políticos que ofrezcan esperanza real de transformación.
La experiencia chilena nos enseña que los movimientos sociales, por poderosos que sean, necesitan traducirse en propuestas políticas concretas y sostenibles. También nos recuerda que cuando la política tradicional falla, los espacios vacíos pueden ser ocupados por fuerzas que representan todo lo contrario de lo que los pueblos originalmente demandaban.
En estos tiempos difíciles para la democracia latinoamericana, la situación chilena nos invita a reflexionar sobre cómo construir alternativas que mantengan viva la llama de la justicia social y la dignidad humana, aun en los momentos más adversos.
